Cuentos

"¿Quién conoce todos los senderos?
¿Quién conversa sin tener oyentes?
¿Quién conoce todos los secretos?
        "El agua, el río, la laguna"

              Beatriz Pichi Malen, Canción sagrada de la laguna 

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  “LA MUJER ESQUELETO”

Por Clarissa Pinkola Estes* del libro "Mujeres que corren con lobos"

Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes.


Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad antes venían muchos pescadores a ésta bahía. Pero aquél pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había fantasmas.


El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador pensó:”¡He pescado uno muy gordo! ¡Uno de los más gordos!” Y estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían alimentarse con aquél pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de desengancharse. Y cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su fuerza fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias costillas. Todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales.


“¡Ay!” gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo. “¡Ay!” volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un desesperado rumbo a la orilla. Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo. “¡Aaaaaayyy!” gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió. Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca.



Al final el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo por el túnel y avanzó a gatas hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a salvo… por fin. Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por una cierta compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como hubiera podido hablarle una madre a su hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que estaba enredada... Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final, cubrió a la Mujer Esqueleto con una pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos en orden tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano.


(…el hombre encendió un fuego y fue guardando su caña y su sedal, de vez en cuando la miraba, ella no decía ni una palabra, temiendo que el cazador la arrojara de allí… El hombre sintió sueño y enseguida empezó a soñar… y una lágrima se le escapó de los ojos).

 
La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego, y de repente, le entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta que consiguió saciar su sed de muchos años.


Después introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos lados mientras cantaba “¡Carne, carne, carne! ¡Carne, carne, carne!” y cuanto más cantaba más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos... Y cuando terminó, pidió cantando que desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado de la cama, piel contra piel. Devolvió el corazón a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el uno al otro, enredados el uno en el otro después de pasar la noche juntos, pero ahora de otra manera, de una manera buena y perdurable.

*La doctora Clarissa Pinkola Estés es una psicoanalista junguiana internacionalmente reconocida como especialista, poeta, contadora y guardiana de antiguos cuentos de la tradición latinoamericana. Se doctoró en Estudios Interculturales y Psicología Clínica, y desde hace 23 años se dedica a la enseñanza y a la práctica privada de la psicología. Ha sido directora ejecutiva del C. G. Jung Center for Education and Research. Por sus escritos y su activismo, ha sido distinguida con numerosos galardones. La doctora Estés empezó a escribir este libro en 1971 y le ha dedicado más de veinte años. Mujeres que corren con los lobos ha sido traducido a 18 idiomas y ha recibido el Premio de Honor Abby y el premio Gradiva de la National Association for the Advancement of Psychoanalysis.

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“ENTRELAZAMIENTO CUANTICO”

Por Javier Meléndez Martín


"¿Puede decirme en qué ha cambiado su vida desde hace cinco años a ahora?... Poco, pensó Eva. Espero un hijo de mi amante, hubiera sido la respuesta correcta, pero consideró que era un detalle innecesario para el Dr. Bormujos".



—Mi suegra me espera para comer —dijo él subiéndose la cremallera de los pantalones.
Ella se subía las bragas dando la espalda a su compañero de oficina. Frente a ella tenía la mesa desordenada contra la que había aplastado sus pechos.

—¿Cierras? —sin mirarla a los ojos.
—Sí —recolocando la falda.
—Hasta el lunes.

En el baño de la oficina ella se pasó toallitas húmedas por el cuerpo y se retocó el maquillaje. Roció el despachó con ambientador olor a pino; echó un vistazo a la hoja de Excel antes de enviarla a las oficinas centrales.

***
Llegó a casa media hora más tarde de lo habitual.

—Has tardado mucho —el marido, en chándal y zapatillas, repantingado en el sofá con las noticias de deporte
—Un atasco.
—¿Qué vamos a comer?
—Espera un minuto que me relaje —dijo ella después de un resoplido.
—A ti no te gusta cómo cocino.

Ella abrió el frigorífico; después, la alacena. Sopa de sobre quiera el niño o no; filete de pollo quiera el caballero o no, pensó.

—Ha llegado la carta de la contribución —dijo a gritos removiendo la sopa—. ¿La pagamos este mes o el siguiente?
—¿Me traes una cerveza?
Él no respondió a la pregunta. Ella llevó la cerveza. De vuelta a la cocina un «pop» llamó su atención. El móvil del marido estaba bajo un trapo en la encimera. Cotilleó. Un Whatsapp de una mujer en sujetador, otra, con morritos. Volvió a dejar el móvil donde lo encontró.

***
—¿Alguna vez has pensado…? —dijo ella cargada de platos camino al lavavajillas.
Él no la miró y ella lo pensó mejor: una hipoteca une más que los votos matrimoniales.
—Esta noche tengo que hacer inventario —dijo el marido.

Ella cenó sola una tortilla francesa y un vaso de agua. Se sentía tan perezosa; incluso para ir al sofá. Con los codos en la mesa frente a los restos de la cena mandó un mensaje a su compañero de trabajo:

Estoy sola. Hablamos un ratito? <guiño>.
La respuesta llegó cinco minutos después:
Jodr Eva estoi cno m mujer y los niños.

El teléfono volvió a sonar. Era su madre.

—Tienes que venir el próximo domingo a comer —dijo ella—. Este no, el siguiente. Vienen tu tía y tus primas.

—Claro que sí —quiso decirle que no soportaba ni a las tías ni a las primas.
Más tarde, en el baño, envió otro mensaje a su compañero de trabajo:
tenemos q hablar es importante!

El mensaje no tuvo respuesta. Su compañero la había bloqueado. Me quiero morir, pensó. ¿A quién podría decirle los resultados positivos de los dos test de embarazo?

Eva se tumbó en la cama con la ropa puesta. Despertó a las dos de la mañana y vio que estaba sola. Se desnudó y se metió bajo las sábanas. Debí ducharme, pensó. Los olores de cuatro personas, todas ellas desconocidas, se mezclarían esa noche en la cama.

***
Cuando despertó con la luz del sol vio a su marido durmiendo. Era sábado. Por delante quedaba un día de ordenar cuartos, limpiar suelos y meter la mano en el water. Antes de desayunar y ponerse con las faenas caseras comprobó los mensajes digitales. Whatsapps invitándola a cumpleaños y comuniones, a los que tenía que ir para ser considerada una buena amiga, una persona que está en la sociedad. A todos dijo que sí o ya veremos, pero sin duda, acabaría por ir. La sociedad se establecía en el cumplimiento de invitaciones no deseadas recíprocas. Un correo electrónico la desconcertó un momento; era de la Universidad de…:

Dña. Eva Casariche,
Por el presente correo le comunico que Ud. ha sido elegida para continuar con el experimento del Departamento Q.
Si desea proseguir, deberá ponerse a la mayor brevedad posible en contacto con el Dr. Bormujos para proceder.
Le recordamos que, como en la vez anterior, recibirá una gratificación económica de…

Con ese dinero podría hacer las reparaciones que necesitaba el coche y quizá hacer un viaje sola. No, un viaje sola no, pensó. Recordó cómo cinco años atrás se embarcó en el Experimento del Departamento Q. a través de una agencia de trabajo temporal. El trabajo consistía en responder preguntas personales que el Dr. Bormujos le haría para un experimento científico. Un dinero fácil, pensó.

El sábado limpió la casa; el domingo lo pasó viendo la tele; el lunes se puso boca abajo sobre la mesa y roció la oficina con ambientador de pino; el martes por la tarde fue a la Universidad de…

El Dr. Bormujos la recibió en su despacho, le agradeció su presencia y fue directo:

—¿Puede decirme en qué ha cambiado su vida desde hace cinco años a ahora?

Poco, pensó Eva. Espero un hijo de mi amante, hubiera sido la respuesta correcta, pero consideró que era un detalle innecesario para el Dr. Bormujos.

El Dr. Bormujos anotó en su tableta la respuesta e hizo otras preguntas: si seguía casada con el mismo hombre; si no replicaba a su madre en ningún momento; si aceptaba todas las invitaciones; si seguía teniendo a su compañero de trabajo como amante… En este punto reparó que llevaba cinco años rociando de ambientador de pino el pequeño despacho. Alberto empezó primero, culpó a su marido. Eva supuso que el Dr. Bormujos haría una clasificación sobre personas sin iniciativa, complacientes, y ella sería un caso clínico.

El Dr. Bormujos la hizo pasar a una sala de espera. Tenía que evaluar las respuestas y se las comentaría. La primera vez, acabó de responder a todo y se marchó a casa. Pasó una hora hasta que el Dr. Bormujos la invitó de nuevo al despacho.

—Hemos seguido su vida en los últimos cinco años por Facebook y otros sitios en los que está apuntada —dijo el Dr. Bormujos—. Queríamos asegurarnos de que todo seguía igual.
—Sí, en mi vida cambian pocas cosas.

—Creo que es la persona perfecta para continuar con el experimento.
—¿Qué experimento?
—Viajar en el tiempo…

Eva quedó estupefacta.

—… y deshacer un momento del pasado.
—¿Esto es una cámara oculta?
—Le aseguro que no. ¿Sabe qué es el entrelazamiento cuántico? En 2013, científicos israelíes conectaron dos fotones, dos partículas muy pequeñas, que existieron en momentos diferentes… Los cambios en una afectaron a la otra.

Eva intentó entender lo que el Dr. Bormujos explicaba.

—La investigación ha avanzado… —prosiguió el Dr.— Ahora queremos comprobar si esto es posible con personas. Si las decisiones de una Eva del pasado afectarían a una Eva del futuro. ¿No le gustaría deshacer un momento del pasado? ¿No haber conocido a alguien? ¿No haberse metido en un lío del que no puede salir? ¿Haber dicho que no a… muchas cosas?

—Suena bonito.
—Lo es.
—¿Pero por qué yo?
El Dr. Bormujos tosió.
—Eva, la hemos escogido porque sus decisiones no afectarían al mundo.
La respuesta fue decepcionante para Eva.
—Entiendo, no vaya a ser que cambie la Historia.
—Puede hacerlo, si se siente capacitada. Pero en principio, se trata de ver cómo afectarán sus decisiones a su alrededor.

—¿Pero cómo funciona, qué tengo que hacer?
—Vaya a casa y recibirá instrucciones.
Eva pasó la tarde del miércoles inquieta, con el móvil conectado a un enchufe. Abrió un refresco y una lata de comida para cenar con su marido.
—Cada día haces menos —protestó él.

Eva pasó la noche en blanco. En la oficina apenas se concentró y recibió algunas quejas de su jefe. Una hora antes del cierre recibió un SMS del Dr. Bormujos:

Eres la Eva del pasado. Todo lo que deshagas ahora afectará a la Eva del futuro.
ESTE ES EL MOMENTO QUE DEBES DESHACER.

El mensaje resultó chocante. ¿Cómo que ella era la Eva del pasado? El compañero de trabajo entró en despacho y le cortó el curso de los pensamientos.

—No podía esperar más —dijo él cerrando la puerta.

Eva apagó el ordenador. Él aflojó la correa de sus pantalones. Ella cogió el bolso y se fue.

—¿A dónde vas…?

Pero ella no le escuchó acabar la frase. Tenía que deshacer unas cuantas cosas para la Eva del futuro.
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